Servir, amar, orar

Servir como María

Toda la vida de María fue una cooperación activa al plan de Dios. Ella es portadora de Cristo.

También nosotras, inspiradas en María, la mujer sensible y atenta a la Voz de Dios y a las necesidades del otro, ofrecemos nuestros dones de naturaleza y de gracia.

Disponibles a la Voluntad de Dios, realizamos nuestro servicio apostólico en la Iglesia, en contacto con niños, jóvenes, ancianos, pobres y enfermos.

 

 

 

Amar como María

María Inmaculada es la toda de Dios y para Dios. María nos enseña a ser fieles discípulas de Jesús, nos enseña a amarlo con un corazón puro y sin reservas, haciendo todo por amor a Él.

Así nos configuramos siempre más y mejor a la imagen de María, la Mujer nueva, que, adornada desde el primer instante de su concepción con el esplendor de su santidad, fue siempre, solo y totalmente de Dios.

La presencia particular de María en nuestras casas, dará a nuestra vida comunitaria la paz serena y activa que reinaba en Nazaret. De Ella debe partir nuestra vida. Procuraremos que nuestro nombre, Hijas de la Inmaculada Concepción, se refleje en nuestras actitudes cotidianas.

 

 

Orar como María

La vida de María nos muestra lo que debemos desear, esperar y proponernos ser: oyentes obedientes de la Palabra de Dios, para abrazar de todo corazón la Voluntad de Dios en los acontecimientos de nuestra vida.

La Virgen Inmaculada nos guía a la unión íntima con Dios a través de la meditación diaria de la Palabra, y de la comunión y la adoración Eucarística. María vivía toda la jornada inmersa en Dios, toda su existencia era oración.

Nuestra jornada comienza con el ofrecimiento a Dios de nuestras acciones, y la cerramos con atención y piedad, con el examen de conciencia y la oración de Completas.